sábado, 25 de abril de 2015

¿Homofobia?

A propósito del debate sobre la unión civil, han surgido algunas voces que sostienen que la postura en contra o reticente está basada, mayoritariamente, en una homofobia rabiosa apenas encubierta. Esto, por supuesto, no es cierto y carece de la más mínima evidencia, pero refleja, ¡paradojas de la vida!, que los que acusan a otros de prejuiciosos son los mismos que interpretan el mundo a partir de la propaganda sesgada con que nos bombardea el poderosísimo lobby gay que se ha apoderado de varios medios de comunicación en todo el planeta.
La homofobia es una actitud desconcertante y execrable, contraria a la dignidad de la persona desde todo punto de vista.
Por eso, resulta chocante y denota una entraña hipócrita el argumento maniqueo que tacha de homofóbicos a todos los que consideramos que la institución jurídica del matrimonio precisa de la dualidad de sexos y la transmisión de vida.
Discrepar con argumentos estrictamente jurídicos de un proyecto que encarna un matrimonio encubierto no convierte a personas comunes y corrientes en homofóbicos recalcitrantes que odian a un grupo concreto de seres humanos.
La discrepancia nunca es un insulto cuando se lleva a cabo siguiendo los procedimientos constitucionales que establece el Estado. Mucho menos cuando se considera que todas las personas tienen un valor infinito.
Así, ser el depositario de una dignidad inalienable, no significa tener siempre la razón.
El poderosísimo lobby gay reproduce con virulencia sendos ataques contra aquellos que no comparten los dogmas del “pensamiento único”. No importa. El lobby gay puede aspirar a imponer totalitariamente su particular cosmovisión, pero no logrará silenciar a los que se atreven a disentir de su postura.
Discrepar no es lo mismo que odiar. Se equivocan los que piensan que todos tenemos que ceder ante la tiranía de lo políticamente correcto, ese absolutismo maniqueo que las personas con sentido común tienen que combatir.
Martín Santivañez - correo 12 de marzo 

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